La diferencia entre oír y escuchar está en la intención. Escuchar es
algo que se hace intencionadamente, mientras que oír es algo que sucede independientemente de
nuestra voluntad. Por eso podemos oír sin querer:
(1) Perdóname. Pero oí, sin querer, la
conversación insidiosa, las alusiones malignas, los crueles recuerdos [Leopoldo
Lugones: Nosotros].
En cambio, es imposible escuchar sin querer porque dentro del concepto de
escuchar está la idea de intencionalidad.
Las cosas que se hacen intencionadamente se hacen para algo, o sea, llevan asociada la idea de
finalidad. Por eso podemos decir, por ejemplo:
(2) Escuché para enterarme.
En cambio, las cosas que nos suceden independientemente de nuestra voluntad
carecen de finalidad. Por eso no decimos que alguien está oyendo para enterarse.
Teniendo en cuenta lo anterior, se entiende que podamos mantener un diálogo
como este:
(3) —¿Me estás escuchando? —Te oigo, pero no te escucho.
O también:
(4) —Te escucho, pero no te oigo
Si alguien me oye, pero no me escucha, tengo que entender que percibe el
sonido, pero no presta atención (que es algo que depende de su voluntad). En
cambio, si me escucha, pero no me oye, eso significa que esa persona está
poniendo lo que puede de su parte, pero que las circunstancias no cooperan
(cuando hacemos cosas intencionadamente, podemos tener éxito o no).
Algunos
hablantes no distinguen entre oír y escuchar. No es un fenómeno nuevo. A los
hablantes de territorios donde tradicionalmente no se ha hecho la diferencia se
les van sumando muchos que prefieren el verbo escuchar porque, al ser más largo, les parece más importante. Como
tantas veces, desde un punto de vista estrictamente gramatical no podemos decir
que esta confusión sea un error. Sin embargo, desde el punto de vista
estilístico y social, está claro: esta confusión no es aceptable en los usos
cultos de la lengua. No lo es en boca de un periodista, de un profesor o de
cualquiera que tenga que hablar en público. Y si no lo es en el lenguaje oral,
mucho menos en el escrito.
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